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Por. la Lic. Gabriela Arese. Psicóloga recibida en la UBA. Docente. Especialista en trastornos de la ansiedad.

El cuerpo es nuestra carta de presentación. El cuerpo habla, expresa, siente y define. Todo lo que hacemos con él es una expresión de nuestra manera de ser en el mundo. Lo vamos transformando a medida que vamos construyendo nuestra personalidad.

Está atravesado por lo cultural y la hipermodernidad produce subjetividades que necesitan plasmar en la piel sus experiencias vitales. Hoy los tatuajes ya no significarían un acto de rebeldía, sino un intento por procesar situaciones emocionales.

En la actualidad donde nada perdura y todo es tan inestable y fugaz; donde todo es posible y no hay pautas claras de cómo ser; donde lo privado se vuelve público y el que no se expone “no existe”; donde masivamente todos tenemos que ser felices con las mismas cosas (dinero, sexo, belleza), los tatuajes serían los emergentes reparatorios.

Una marca con elección propia, que con el símbolo (elegido bien a conciencia) me va a individualizar, diferenciarme del resto… autoafirmándome…dándome además una “valentía”, un plus de superación del dolor.

Mi piel ya no es igual que la de nadie. Comunica un mensaje. Un mensaje no verbal…un grito visual, para ser mirado, algo que quiero sentir todo el tiempo aunque sea inconscientemente

Estos sellos en la piel SIEMPRE, SIEMPRE son descargas de emoción. Emoción que no encuentra otra canalización. Tristeza, miedo, alegría, ansiedad, dolor son vivenciados y expresados, y en el acto de controlar el dolor que las agujas me producen, intento gestionar (controlar?) lo que siento: el impacto que la vida genera en mi.

Hay una parte de autolesión y sacrificio para contar lo que la voz no puede; desafío que una vez enfrentado me “empodera”.

Marcar mi cuerpo de esta manera siempre indicaría algo. Desde un impacto profundo que no se puede poner en palabras por su intensidad… entonces me lo inscribo en mi carne, hasta estar a “la moda “y hacerme un tatoo sólo porque lo vi, me gustó y lo compré, consumiéndolo y transformándolo en un acto de indiferenciación. Cuando todo estén tatuados por moda se va a diferenciar el que no lo esté.

La secuencia de los tatuajes es una biografía a cielo abierto. Las personas narran su historia en imágenes (pensamientos, emociones, personas significativas, erotismo, crisis, consciente o inconscientemente). Lo que no se puede verbalizar se dibuja en la piel. Entonces implicaría una manera de expresar, de descargar, usando las sensaciones como forma de elaborar; usando el cuerpo como un lienzo donde se escribe un texto que necesita ser leído. Por eso cierra el círculo de la experiencia de tatuarse “la mirada” del otro.

La imagen que me sello en el cuerpo invita a ser mirada.

Juego donde hay un mensaje que no digo (porque a veces tampoco lo sé) pero lo muestro. Y convoco al otro para que lo vea,  que lo descifre, que me conozca desde otro lado que no sea mi decir. En definitiva, no deja de ser un acto de comunicación, donde tiene que haber un EMISOR, un RECEPTOR y un MENSAJE a trasmitir.

“Lo que tiene de especial el tatuaje, es que cada uno en su autoría, en su piel escribe con su vida”, intentando hacer una memoria sensitiva para que lo que vivo, viva en mí e impidiendo que el olvido y la fugacidad de esta cultura se lleve mi experiencia.

Gaby Arese