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Por. la Lic. Gabriela Arese. Psicóloga recibida en la UBA. Docente. Especialista en trastornos de la ansiedad. Psicooncóloga.

Alguna vez te preguntaste ¿cómo es tu relación con la comida? ¿Para qué comemos? ¿Por hambre? ¿Por sed? ¿Por cansancio? ¿Por vacío interno?

La manera en que me alimento, los alimentos que elijo, el momento en que los como, la velocidad con que los ingiero, me indican mucho más que nutrientes y calorías. Habla cómo expreso mis emociones, cuántos límites pongo, cuán amado me siento, qué  hago con mis enojos, cómo manejo mi ansiedad, cuán satisfecho me siento con mi trabajo, cuán enrrutinado y aburrido estoy, cuán vacío, cuán triste. La manera que me alimento es una radiografía de mi filosofía de vida, de mi mundo afectivo.

Las relaciones conflictivas con la comida son una muestra que algo internamente pasa. ¿Siento culpa cuándo como lo que se me antoja? Frente a frustraciones, injusticias, desamores ¿el chocolate, el kiosco o la heladera es mi reparación? Los desequilibrios emocionales afectan mi forma de comer. Como no para nutrir mi cuerpo sino para nutrir mi alma.

La comida nunca es solo comida, es alimento y emoción (combinación compleja) Hablamos de alimentación emocional.

Usamos la comida como un regulador emocional, una descarga de la tensión que siento internamente. No como por hambre sino para sentirme bien, para re establecer el equilibrio interno esperando inconscientemente que una milanesa me solucione mis problemas emocionales. Como cuando éramos bebés y la teta de mama solucionaba todo (hambre y amor, satisfacción y placer)

Cualquier tipo de disfuncionalidad en la alimentación (no poder parar de comer, no poder bajar de peso, no comer, atracón, picotear) son formas de expresar emociones que no sabemos expresar de otra manera, tal vez porque no las identificamos. Bronca, angustia, miedo, rivalidades, impotencia, desamor, celos, vacíos, tristeza, abandono son algunas de las emociones que se ponen en juego y se intentan sacar, regular y descargar comiendo usando un lenguaje de comida. Identifiquémoslo porque NO nos hace bien.

Identifiquemos «el hambre emocional». Este es repentino, urgente ¡ya!. Es deseo de una comida específica (chocolate o huevo frito…quiero eso no otra cosa). Es una búsqueda de bienestar que nunca llega (al contrario) genera culpa, vergüenza, tristeza. En cambio “el hambre fisiológico” es gradual, sabe esperar, acepta opciones, produce saciedad y genera bienestar.

Por eso, frente a lo urgente, a esta necesidad compulsiva de comer sin deseo…»PARÁ», «PENSÁ», «RECONOCÉ» lo que te pasa y busca otra salida para expresarlo. La alimentación consciente es un poder.

No uses la comida como analgésico del dolor…

No te escondas detrás de los kilos demás…

Un busques soluciones somáticas a presiones internas

Bancate un poco la urgencia. Te vas a sentir tal vez feo, en el momento pero hace otra cosa: escribí, llorá, escuchá música, hablá; pero no comas. Aprendé otro camino para regular este bienestar interno. Tomar la dirección de las emociones y la comida, es ser el dueño de tu vida…

“Pasar del comer automático al comer consciente es alinear el cuerpo, el corazón y la mente”